lunes, 5 de julio de 2010

Frío

Me acompaño hasta la lejanía en aquella tarde lluviosa.


Una vez allí se despidió con un irrisorio beso y se fue por el amorfo y claro callejón que conducía a la desesperanza y el olvido.


Yo proseguí mi camino en dirección a aquella carretera que temí infinita bajo el llanto de la lluvia.
Entonces la vi... había abandonado la luz, volvía a mi.


Salto sobre mí y nos fundimos en el más profundo y mortuorio abrazo que jamás fue concebido.
Nos unimos, y en ese momento comprendí que no volvería a soltarla jamás, ella era mi parte mas preciada, ella era lo único que me hacia vivir, ella era mi corazón, mi mente, mi alma.


Ella era, mi única razón, la única lluvia que podía sentir en mi quebrada mente, e irrisorio corazón.
Era el frescor, la paz, y por encima de todo, supo enseñarme que de verdad se podía lograr la felicidad.

Juntos avanzamos hacia la tiniebla de aquella avenida desierta y descompuesta, pero no había temor.
Ella... estaba conmigo.